No pude resistirme a explicarle la razón de tan buena o mala suerte: cómo quería ver nutrias, ni cualquier otro animal, ni nada parecido, si iba a todas partes con los auriculares puestos y escuchando música a toda pastilla. En esas condiciones es imposible enterarte de nada. Te aislas de todo lo que te rodea. Y si a los auriculares le sumamos ir caminando a paso ligero pues, como diría un castizo: apaga y vámonos!
Qué hacer entonces, dirán los lectores. Muy sencillo: hay que caminar a paso lento o, cuando menos, normal; ir mirando a todo, con atención a posibles movimientos de aves o animales, tanto dentro como fuera del agua; ir en silencio o hablando bajo para poder percibir cantos de aves, chapoteos y ruidos varios que nos puedan dar pistas sobre la presencia de aves o animales cerca de nosotros.
Solemos tener por costumbre gritar y dar voces cuando salimos al campo pensando que nadie nos escucha y a nadie molestamos. Nos olvidamos de los demás seres vivos que habitan en esos lugares, y que también tienen derecho a ser respetados en su medio. De ese modo vamos espantando a todo ser vivo que esté alrededor del terreno por donde vayamos. Así nunca vamos a ver nada de nada.
La persona que no ha vivido un encuentro o descubrimiento mutuo con un animal silvestre ignora la satisfacción que proporciona esa sencilla experiencia. No tiene precio que se asome a mirarte una comadreja, o ver pasar a un jabalí a trote cochinero a pocos metros, o ver cómo un mirlo ahuyenta a una culebra, o una nutria se pasea por el río... Pero estas experiencias sólo son posibles si adoptamos un comportamiento respetuoso con la Naturaleza y con sus habitantes salvajes.