El minifundio es una
característica común y definitoria las zonas de montaña en cuanto a la
estructura de la propiedad de la tierra. Pero si hay un territorio en donde
esta realidad se manifiesta en grado extremo, esa es la comarca cacereña de Las
Hurdes.
En esta tierra sin tierra, el
minifundismo se plasma en su expresión más radical y extrema. Además de
dividirse el terrazgo en pequeñas parcelas o propiedades, éstas se subdividen a
su vez en minúsculos y estrechos bancales o terrazas, a causa de las fuertes
pendientes del terreno montañoso hurdano, donde apenas cabe una hilera de
olivos o cerezos, un poco de maíz o el miniuniverso de una huerta para
autoconsumo, primorosamente cuidada.
De este modo el fondo de los
escarpados valles fluviales ha sido transformado en primoroso vergel,
recordando los oasis del desierto, rodeado por las ásperas y casi desnudas
montañas que conforman este territorio; reino absoluto de la pizarra.
La totalidad del paisaje hurdano
es obra de sus habitantes: la tierra fértil defendida por bancales, los bosques
de pinos, las laderas desprovistas de vegetación… Pese a las condiciones poco
favorables del terreno, Las Hurdes posee un paisaje con muy alto grado de
humanización. La mano del hombre ha modelado y creado todo lo que podemos
contemplar. Y la manifestación más extrema puede verse en la tierra cultivada,
donde no sólo se construyeron las terrazas y sus muros defensivos de piedra
seca, sino que se aportó la propia tierra fértil traída de otras zonas.
Es todo un espectáculo de amor a
la tierra y al trabajo verles sacar el fruto de sus cosechas (pongamos cerezas)
a lomo de caballería, ascendiendo por estrechos y serpenteantes senderos ladera
arriba, salvando impresionantes pendientes, hasta alcanzar la pista forestal en
la que espera aparcado un vehículo de motor. El valor otorgado al producto es
impagable.
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